El ayer ya existía cuando llegó la historia.
Entonces, las aguas, excavando sus ríos desde la cima de la montaña,
llegaron a la vera y hasta la vera del Águeda nos acercamos.
Allí grabamos nuestras vidas en piedra y al rumor del río hicimos cultura en torno al hogar.
Y sobrevivimos a nuestro presente.

Con el nuevo clima brotó la cosecha y los escarpes se transformaron en murallas
que resguardaron partos y velaron sepulturas.
La piedra definió así la vida en una frontera natural que empezaba a temblar.
Y entre sacudidas, de nuevo superamos nuestro presente.

Al final, la historia salpicó de torres, troneras y baluartes aquella frontera,
que fue empujada con dolores de un lado a otro hasta que no hubo más opción.
La misma historia trajo una guerra en otra lengua que desbocó el hambre y el sufrimiento.
Pero en su correr, el tiempo nos enseñó que, aun desamparados, debíamos encontrar la libertad por otra gatera.
Y fue a través de la nueva salida como nos volvimos a poner en pie.